El volcán en erupción es lo más llamativo que tiene Stromboli, pero detrás de ese reclamo hay otras delicias que hacen de este lugar un paraíso recóndito a pocos miles de kilómetros de tu casa.
Te lo cuenta Ana Zaragoza, fotógrafa y copywriter, en este peculiar diario de su eterno retorno a la isla.
«¡El Estrómboli! ¡Oh, qué efecto produjo en mi imaginación aquel nombre nombre inesperado! Nos hallábamos en pleno Mediterráneo, en medio del archipiélago eolio, de mitológica memoria en la antigua Strongyle, donde Eolo tenía encadenados los vientos y tempestades».
Extracto de ‘Viaje al centro de la tierra’ de Julio Verne.
La casa volante
En agosto de 2018 viví en Stromboli.
Mi casa era un cubo blanco con dos terrazas, pequeña pero acogedora.
Para llegar a la estancia había que atravesar una verja, cruzar el patio del vecindario (en el que había una palmera, muchas flores y algunos gatos), subir unas escaleras, saludar a la vecina y abrir la puerta que daba a la terraza grande.
El cubo tenía dos ventanas enormes con marcos de madera, de las que crujen cuando las abres y las cierras, y otra puerta que daba a una terraza estrecha, que te regalaba las vistas que ves en esta fotografía.
Por las noches dejaba puertas y ventanas abiertas, la brisa corría, las cortinas bailaban, y parecía como si, en cualquier momento, la casa fuese a salir volando.
La casa volante.
Hubo un par de días de tormenta, en la foto ya se ve el preludio.
Yo estaba sola en mi casa volante y desde mis ventanas observaba ese espectáculo fascinante.
Los relámpagos sobre el mar, las olas de color malva, el azote del viento, el repiqueteo de la lluvia en los cristales.
Y esos truenos, enormes ruidosos retumbando tan cerca, abriendo de par en par el cielo, queriendo partir en dos mi casa volante.
Y yo, con el mal di mare en la garganta, en mi cubo convertido en barco y mecido por los vientos.
Me sentía como una náufraga rendida frente a la tormenta, asustada y maravillada al mismo tiempo, pero también privilegiada e inmensamente feliz de poder presenciar ese regalo de la isla.
El eterno retorno
El pueblo de Stromboli es minúsculo.
Hay dos calles principales paralelas que recorren la isla. Y que se unen al principio, en el puerto, y al final, en el barrio más bonito de la isla: Piscità.
El recorrido es una especie de círculo que puedes completar caminando en aproximadamente una hora.
Si pasas bastantes días allí, ese caminar en círculo y pasar muchas veces por los mismos lugares hace que te sientas en una especie de eterno retorno.
No sé si estoy diciendo una tontería descomunal.
Del eterno retorno de Nietzsche me habló un novio y yo lo entendí así. Como el caminar circular por Stromboli.
Pasando muchas veces por los mismos lugares, viviendo lo mismo, aunque con variaciones.
El jardín de sombras
En las calles de Stromboli el único alumbrado que hay es el volcán, la luna y las estrellas.
Cuando cae la noche, los habitantes de la isla se mueven ágiles en la oscuridad y los visitantes, con sus linternas, parecen luciérnagas desorientadas.
La luna llena, enorme y hermosa, proyecta un jardín de sombras sobre las fachadas blancas de las casas.
Recorrer la isla en una de esas noches es entrar en una especie de trance mágico.
El barco va parando en casi todas las Eolias: Alicudi, Filicudi, Salina, Panarea y, para gusto de los más impacientes, te hace transbordar en Lipari, lo que implica una media hora más de espera.
A pesar de todo, es un viaje que haría sin dudar una y otra vez y solo por la emoción que provoca la llegada a ese lugar único.
La luz dorada del atardecer entra por las ventanas del ferry y los pocos pasajeros que quedan están en silencio, expectantes.
El barco ha ralentizado su ritmo, se bambolea un poco y en ese vaivén, te mueves con torpeza entre los asientos buscando la mejor vista del volcán.
Se ve la silueta de la montaña a contraluz, como una foto en blanco y negro, y sobre ella, como una sfumatura a carboncillo, aparece y desaparece la nube de vapor que sale del cráter.
Para algunos esta visión será decepcionante, porque no se ven fuertes explosiones ni el rojo fuego de la lava, pero para mí es una de las escenas más poéticas que jamás he contemplado.
Lo sé, querrías más, pero hasta aquí llega mi diario de Stromboli. Es muy probable que haya otro capítulo, pero más adelante, cuando vuelva a mi eterno paraíso.
Vamos a las presentaciones… ¿quién soy yo?
Soy Ana Zaragoza.
Seré fotógrafa toda mi vida, como un boy scout lo es para siempre (que también lo soy), pero ahora me dedico al copywriting.
Estoy detrás de los últimos 6 periplos que se han publicado aquí, y de muchos posts escritos desde julio de 2020 pero que no son los de Three Knots Magazine.
Por cierto, con este periplo cerramos el primer ciclo de esta convocatoria y estamos deliberando cómo resolver el premio que prometíamos.
En Just the sea recordamos a Robin Lee Graham, alma de mar, el primer adolescente que dio la vuelta al mundo, en solitario, en velero. Robin Lee Graham ha soplado este año 70 velas. Sigue viviendo con Patti, su mujer, en Montana. Sobre él hay dos libros, varios números de National Geographic centrados en su …
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Diario del eterno retorno de Ana Zaragoza a Estrómboli
El volcán en erupción es lo más llamativo que tiene Stromboli, pero detrás de ese reclamo hay otras delicias que hacen de este lugar un paraíso recóndito a pocos miles de kilómetros de tu casa.
Te lo cuenta Ana Zaragoza, fotógrafa y copywriter, en este peculiar diario de su eterno retorno a la isla.
La casa volante
En agosto de 2018 viví en Stromboli.
Mi casa era un cubo blanco con dos terrazas, pequeña pero acogedora.
Para llegar a la estancia había que atravesar una verja, cruzar el patio del vecindario (en el que había una palmera, muchas flores y algunos gatos), subir unas escaleras, saludar a la vecina y abrir la puerta que daba a la terraza grande.
El cubo tenía dos ventanas enormes con marcos de madera, de las que crujen cuando las abres y las cierras, y otra puerta que daba a una terraza estrecha, que te regalaba las vistas que ves en esta fotografía.
Por las noches dejaba puertas y ventanas abiertas, la brisa corría, las cortinas bailaban, y parecía como si, en cualquier momento, la casa fuese a salir volando.
La casa volante.
Hubo un par de días de tormenta, en la foto ya se ve el preludio.
Yo estaba sola en mi casa volante y desde mis ventanas observaba ese espectáculo fascinante.
Los relámpagos sobre el mar, las olas de color malva, el azote del viento, el repiqueteo de la lluvia en los cristales.
Y esos truenos, enormes ruidosos retumbando tan cerca, abriendo de par en par el cielo, queriendo partir en dos mi casa volante.
Y yo, con el mal di mare en la garganta, en mi cubo convertido en barco y mecido por los vientos.
Me sentía como una náufraga rendida frente a la tormenta, asustada y maravillada al mismo tiempo, pero también privilegiada e inmensamente feliz de poder presenciar ese regalo de la isla.
El eterno retorno
El pueblo de Stromboli es minúsculo.
Hay dos calles principales paralelas que recorren la isla. Y que se unen al principio, en el puerto, y al final, en el barrio más bonito de la isla: Piscità.
El recorrido es una especie de círculo que puedes completar caminando en aproximadamente una hora.
Si pasas bastantes días allí, ese caminar en círculo y pasar muchas veces por los mismos lugares hace que te sientas en una especie de eterno retorno.
No sé si estoy diciendo una tontería descomunal.
Del eterno retorno de Nietzsche me habló un novio y yo lo entendí así. Como el caminar circular por Stromboli.
Pasando muchas veces por los mismos lugares, viviendo lo mismo, aunque con variaciones.
El jardín de sombras
En las calles de Stromboli el único alumbrado que hay es el volcán, la luna y las estrellas.
Cuando cae la noche, los habitantes de la isla se mueven ágiles en la oscuridad y los visitantes, con sus linternas, parecen luciérnagas desorientadas.
La luna llena, enorme y hermosa, proyecta un jardín de sombras sobre las fachadas blancas de las casas.
Recorrer la isla en una de esas noches es entrar en una especie de trance mágico.
Al otro lado: Ginostra
La isla de Stromboli es una montaña que escupe fuego.
En la ladera más llana está el pueblo principal, pero al otro lado hay una fracción que se llama Ginostra.
Son 4 casas, dos mulas, un pequeño puerto, dos tiendas de alimentación y un embarcadero de ensueño donde darse un chapuzón: Punta Lazzaro.
Mira.
Ya sé que va a sonar absurdo, pero cada vez que miro esta foto no puedo evitar pensar en La Montaña Basura de los Fraggle Rock.
Y, pensándolo bien, tiene sentido.
Los Fraggles, cuando necesitan consejo, acuden a La Montaña Basura.
Para ellos, esta montaña, es una especie de deidad que guarda el conocimiento.
La admiran y confían plenamente en ella.
Cuando yo viajo a Ginostra, no voy buscando consejo, pero siempre me marcho de allí con respuestas y, sobre todo, con una inmensa tranquilidad.
Este lugar es especial por muchas razones y algunas de ellas muy llamativas, como su volcán en erupción permanente.
Pero hay algo, en lo que hasta ahora no había reparado, que me parece clave: en esta isla yo duermo con las puertas de mi casa abiertas.
Y no, no me refiero a no echar la llave, o a dejar la puerta entreabierta.
Me refiero a dormir a pierna suelta con las puertas abiertas de par en par.
Y con la absoluta tranquilidad de que nada malo me va a suceder.
Párate a pensar, ¿hace cuánto tiempo no duermes así? O más bien, ¿alguna vez en tu vida has dormido con esta confianza plena?
Lo más poético jamás contemplado
Las últimas veces que he ido a Stromboli lo he hecho con el ferry desde Palermo.
Es un viaje que se hace interminable por el deseo apremiante de llegar a la isla, pero al mismo tiempo es bellísimo.
El barco va parando en casi todas las Eolias: Alicudi, Filicudi, Salina, Panarea y, para gusto de los más impacientes, te hace transbordar en Lipari, lo que implica una media hora más de espera.
Se hace eterna.
A pesar de todo, es un viaje que haría sin dudar una y otra vez y solo por la emoción que provoca la llegada a ese lugar único.
La luz dorada del atardecer entra por las ventanas del ferry y los pocos pasajeros que quedan están en silencio, expectantes.
El barco ha ralentizado su ritmo, se bambolea un poco y en ese vaivén, te mueves con torpeza entre los asientos buscando la mejor vista del volcán.
Se ve la silueta de la montaña a contraluz, como una foto en blanco y negro, y sobre ella, como una sfumatura a carboncillo, aparece y desaparece la nube de vapor que sale del cráter.
Para algunos esta visión será decepcionante, porque no se ven fuertes explosiones ni el rojo fuego de la lava, pero para mí es una de las escenas más poéticas que jamás he contemplado.
Fin de este periplo y presentaciones
Lo sé, querrías más, pero hasta aquí llega mi diario de Stromboli. Es muy probable que haya otro capítulo, pero más adelante, cuando vuelva a mi eterno paraíso.
Vamos a las presentaciones… ¿quién soy yo?
Soy Ana Zaragoza.
Seré fotógrafa toda mi vida, como un boy scout lo es para siempre (que también lo soy), pero ahora me dedico al copywriting.
Para esos menesteres me encuentras aquí.
Estoy detrás de los últimos 6 periplos que se han publicado aquí, y de muchos posts escritos desde julio de 2020 pero que no son los de Three Knots Magazine.
Por cierto, con este periplo cerramos el primer ciclo de esta convocatoria y estamos deliberando cómo resolver el premio que prometíamos.
En cuanto lo tengamos claro, lo sabrás por aquí.
Desde Just The Sea esperamos que te haya gustado este diario de Stromboli.
Podemos imaginar que ahora te mueres por poner un pie en esas islas, ¿estamos en lo cierto?
Cuéntanoslo aquí abajo en los comentarios, te leemos 👇
4 replies to “Diario del eterno retorno de Ana Zaragoza a Estrómboli”
RSC
Paraíso evocador de inmensa belleza lleno de libertad.
Tierra, mar, aire y fuego () en un cachito de la Tierra y descrito con corazón (como el capitán planeta!).
2022 podría ser un buen momento para esa desconexión mientras tanto esperamos otro capítulo.
Ana Zaragoza
Con todo el corazón, Roberto. Gracias por tu comentario. Un abrazo 🙂
Gabriela Cendoya
Ya sueño con ese ferry lento para contemplar la sfumata. Esperando más viajes! Un abrazo, G.
Ana Zaragoza
😀 Qué bien leerte por aquí, Gabriela. Nos vemos bajo el volcán. Abrazo enorme.
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Míriam Barral nos lleva a O Grove con su serie fotográfica ‘Na beira’
“Nosotros, insignificantes, y el océano, inmenso, dispuesto a reconfortarnos, a dejar que nos sintamos libres, a embaucarnos, atontarnos o incluso alucinarnos”. Son las palabras de Míriam Barral sobre su serie ‘Na beira’. Unas fotografías de personas diminutas en la orilla del mar con las que la autora nos lleva a O Grove, en la costa …
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