Recordamos, cuando está a punto de cumplirse un nuevo aniversario, la expedición de Shackleton
En 1914 no había ni GPS, ni internet, ni teléfonos satélites. Tampoco nadie hablaba de liderazgo de equipos, de resiliencia o de comunicación interpersonal. En 1914 había sextantes, brújulas y mapas. Y en ese año Sarajevo es escenario de un asesinato que lo cambia todo y el mundo se dicta por las declaraciones de guerra: alemanes contra rusos, ingleses contra alemanes, alemanes contra franceses austrohúngaros contra rusos.
En este mundo vivía Ernest Shackleton, irlandés que, en aquel año, tenía la edad de cuarenta. Con media Europa echando sangre, hambre y las peores penurias, Ernest se propuso escapar al lugar más alejado de aquel mundo caótico. Decidió cruzar el continente desconocido, la Antártida. Era una aventura solo apta para los más valientes. Y Shackleton, eso, lo había demostrado en muchas ocasiones. En 1901 había sido el tercer oficial de la Expedición Antártica Británica, al mando del capitán Robert Scott. Lograron llegar a un punto de la meseta antártica situado a 857 kilómetros del polo sur. La proeza se alcanzó sin que tuviesen la más mínima experiencia polar y desconociendo por completo el manejo de perros y trineos.
A Shackleton aquello solo le hizo tener más ganas de volver a aquel espacio inhóspito del mundo. Su obsesión era acercarse aun más al punto en el que confluyen todos los meridianos, el lugar terrestre más desconocido de la Tierra. En 1907 lideró la Expedición Antártica Imperial Británica a bordo del Nimrod. Llegaron a la isla de Ross desde donde consiguieron la primera ascensión del volcán Erebus, y lograron una valiosa informaicón: la posición del polo Sur magnético. Alcanzaron los 88º 23′ S, en un recorrido extenuante que les dejó a sólo 180 kilómetros del polo Sur. La meta hubiese sido alcanzar los 90º. No se quiso arriesgar más. Shackleton sabía que habría más oportunidades. Era la segunda vez que pisaba aquella tierra a casi 3.000 metros sobre el nivel del mar donde apenas llega el Sol y cuando lo hace, descansa solitario sobre la línea del horizonte. Un lugar del que lo más probable es no volver para contarlo. Pero Shackleton sabía que iba a volver. Precisamente ese pensamiento fue lo que provocó su decisión de irse.
A la tercera debía ir la vencida. Se empeñó en preparar una nueva expedición pero con un objetivo diferente al de solo alcanzar el polo sur. Sencillamente porque un noruego se adelantó al irlandés. El 14 de diciembre de 1911 Amundsen lograba pisar el ansiado polo sur, los 90º anhelados por Shakleton. Aquello no le desanimó ni lo más mínimo. Shackleton sabía que lo único que debía de hacer era proponerse otro reto. En ese momento decide poner rumbo a la gran hazaña: cruzar de costa a costa la Antártida, pasando por el polo sur, como si ese no hubiese sido nunca su objetivo. Ahora debía hacer un viaje glaciar de cerca de 3.000 kilómetros. Se han escrito muchos libros y muchos textos sobre el viaje de Shackleton. Durante muchos años, cuando lo único que contaba era conseguir el reto, no se valoró la proeza de Ernest. Pero el tiempo ha dejado de centrar la aventura de Shackleton en una mera meta, la historia se ha dado cuenta de que Ernest era la resiliencia en persona, era el mejor líder que puede tener un equipo y era ejemplo de la comunicación interpersonal. En 1914, al no existir estos términos, el aventurero era considerado un hombre que lo intentó pero nunca lo logró. Punto.
En Just the sea nos sumamos al homenaje a Shackelton, al de los cientos, miles de aventureros que hacen que los humanos, la vida, el planeta sea un buen lugar en el que estar. De todos los libros que hay sobre el aventurero nosotros nos quedamos con Shackleton’s Journey, quizá uno de los álbumes ilustrados más hermosos. Un libro familiar que recorre los principales momentos de la aventura. Una obra sobre viajes, mar, aventura, retos y grandes personas.
Entonces, qué pasó
Lo que ocurrió en aquella aventura iniciada en 1914 fue que había que enfrentarse a la Antártida, un desierto blanco. Enfrentarse a un viaje en una parte del mundo donde se llega a registrar los -89 C. El polo sur es el punto central de este continente. En extensión, es dos veces Oceanía y sobre el 98 por ciento de su superficie está cubierta por hielo con un promedio de espesor de casi dos kilómetros. Según un censo de 2016, hay 135 residentes en al actualidad.
Aquel territorio hostil y aislado era la fascinación de Shackleton. Y había de lograr su nuevo reto en el Endurance, el barco que nunca volvió a su puerto. Con 28 hombres a bordo, el buque se quedó atrapado en la banquisa y acabó triturado por la presión de los hielos el 21 de noviembre de 1914. A Shackleton aquello no le paraeció lo peor. A pesar de las extremas condiciones, las privaciones inimaginables, el objetivo ahora era lograr que aquel grupo de hombres regresaran a casa. Dos años duró la expedición. Cuando ya los daban por muertos, el grupo volvió al completo.
En su época, la istoria de Shakleton estuvo ensombrecida por la proeza de Scott, hasta que a finales del siblo XX, fue “redescubierto” y pronto se convertiría en una figura de culto y un modelo de liderazgo a seguir como alguien que, en circunstancias extremas, mantuvo unido a su equipo en una historia de supervivencia descrita por la historiadora Stephanie Barczewski como “increíble”.
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La Antártida, hace 105 años
Recordamos, cuando está a punto de cumplirse un nuevo aniversario, la expedición de Shackleton
En 1914 no había ni GPS, ni internet, ni teléfonos satélites. Tampoco nadie hablaba de liderazgo de equipos, de resiliencia o de comunicación interpersonal. En 1914 había sextantes, brújulas y mapas. Y en ese año Sarajevo es escenario de un asesinato que lo cambia todo y el mundo se dicta por las declaraciones de guerra: alemanes contra rusos, ingleses contra alemanes, alemanes contra franceses austrohúngaros contra rusos.
En este mundo vivía Ernest Shackleton, irlandés que, en aquel año, tenía la edad de cuarenta. Con media Europa echando sangre, hambre y las peores penurias, Ernest se propuso escapar al lugar más alejado de aquel mundo caótico. Decidió cruzar el continente desconocido, la Antártida. Era una aventura solo apta para los más valientes. Y Shackleton, eso, lo había demostrado en muchas ocasiones. En 1901 había sido el tercer oficial de la Expedición Antártica Británica, al mando del capitán Robert Scott. Lograron llegar a un punto de la meseta antártica situado a 857 kilómetros del polo sur. La proeza se alcanzó sin que tuviesen la más mínima experiencia polar y desconociendo por completo el manejo de perros y trineos.
A Shackleton aquello solo le hizo tener más ganas de volver a aquel espacio inhóspito del mundo. Su obsesión era acercarse aun más al punto en el que confluyen todos los meridianos, el lugar terrestre más desconocido de la Tierra. En 1907 lideró la Expedición Antártica Imperial Británica a bordo del Nimrod. Llegaron a la isla de Ross desde donde consiguieron la primera ascensión del volcán Erebus, y lograron una valiosa informaicón: la posición del polo Sur magnético. Alcanzaron los 88º 23′ S, en un recorrido extenuante que les dejó a sólo 180 kilómetros del polo Sur. La meta hubiese sido alcanzar los 90º. No se quiso arriesgar más. Shackleton sabía que habría más oportunidades. Era la segunda vez que pisaba aquella tierra a casi 3.000 metros sobre el nivel del mar donde apenas llega el Sol y cuando lo hace, descansa solitario sobre la línea del horizonte. Un lugar del que lo más probable es no volver para contarlo. Pero Shackleton sabía que iba a volver. Precisamente ese pensamiento fue lo que provocó su decisión de irse.
A la tercera debía ir la vencida. Se empeñó en preparar una nueva expedición pero con un objetivo diferente al de solo alcanzar el polo sur. Sencillamente porque un noruego se adelantó al irlandés. El 14 de diciembre de 1911 Amundsen lograba pisar el ansiado polo sur, los 90º anhelados por Shakleton. Aquello no le desanimó ni lo más mínimo. Shackleton sabía que lo único que debía de hacer era proponerse otro reto. En ese momento decide poner rumbo a la gran hazaña: cruzar de costa a costa la Antártida, pasando por el polo sur, como si ese no hubiese sido nunca su objetivo. Ahora debía hacer un viaje glaciar de cerca de 3.000 kilómetros. Se han escrito muchos libros y muchos textos sobre el viaje de Shackleton. Durante muchos años, cuando lo único que contaba era conseguir el reto, no se valoró la proeza de Ernest. Pero el tiempo ha dejado de centrar la aventura de Shackleton en una mera meta, la historia se ha dado cuenta de que Ernest era la resiliencia en persona, era el mejor líder que puede tener un equipo y era ejemplo de la comunicación interpersonal. En 1914, al no existir estos términos, el aventurero era considerado un hombre que lo intentó pero nunca lo logró. Punto.
En Just the sea nos sumamos al homenaje a Shackelton, al de los cientos, miles de aventureros que hacen que los humanos, la vida, el planeta sea un buen lugar en el que estar. De todos los libros que hay sobre el aventurero nosotros nos quedamos con Shackleton’s Journey, quizá uno de los álbumes ilustrados más hermosos. Un libro familiar que recorre los principales momentos de la aventura. Una obra sobre viajes, mar, aventura, retos y grandes personas.
Entonces, qué pasó
Lo que ocurrió en aquella aventura iniciada en 1914 fue que había que enfrentarse a la Antártida, un desierto blanco. Enfrentarse a un viaje en una parte del mundo donde se llega a registrar los -89 C. El polo sur es el punto central de este continente. En extensión, es dos veces Oceanía y sobre el 98 por ciento de su superficie está cubierta por hielo con un promedio de espesor de casi dos kilómetros. Según un censo de 2016, hay 135 residentes en al actualidad.
Aquel territorio hostil y aislado era la fascinación de Shackleton. Y había de lograr su nuevo reto en el Endurance, el barco que nunca volvió a su puerto. Con 28 hombres a bordo, el buque se quedó atrapado en la banquisa y acabó triturado por la presión de los hielos el 21 de noviembre de 1914. A Shackleton aquello no le paraeció lo peor. A pesar de las extremas condiciones, las privaciones inimaginables, el objetivo ahora era lograr que aquel grupo de hombres regresaran a casa. Dos años duró la expedición. Cuando ya los daban por muertos, el grupo volvió al completo.
En su época, la istoria de Shakleton estuvo ensombrecida por la proeza de Scott, hasta que a finales del siblo XX, fue “redescubierto” y pronto se convertiría en una figura de culto y un modelo de liderazgo a seguir como alguien que, en circunstancias extremas, mantuvo unido a su equipo en una historia de supervivencia descrita por la historiadora Stephanie Barczewski como “increíble”.
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